El caudillo contra el sistema
Vicente Fox y Francisco Labastida -los contendientes principales en la carrera presidencial- evocan dos arquetipos de poder en México. En la tipología ideal clásica concebida en 1922 por Max Weber al margen de todo juicio valorativo, uno representa potencialmente la dominación carismática y otro encarna en los hechos la dominación tradicional. (Economía y sociedad, Tomo II, Fondo de Cultura Económica, 1969).
Fox despierta entusiasmos que recuerdan a nuestros caudillos del siglo XIX. Todos fueron vistos como los "hombres providenciales" que por obra y gracia de su imantación personal cambiarían de una buena vez el destino de la nación. El caudillo es un viento encarnado al que siguen caudas o caudales humanos. En la campaña de Fox se escuchan muy a lo lejos los ecos de Madero, la cruzada cívica de Vasconcelos, los llamados de Gómez Morín a "mover las almas", las arengas encendidas de "Maquío" o la fogosa oratoria de Diego Fernández de Cevallos. La suya es una búsqueda directa, inmediata, empresarial del poder. Vinos de nueva mercadotecnia en viejos odres de caudillismo.
A estas alturas de la historia, tras 60 años de "bregar eternidades", ¿qué mejor arma tiene el PAN para vencer al PRI que un candidato carismático? Por otra parte, es un hecho que el carisma sirve para impugnar, aspirar o conquistar el poder, más que para ejercerlo. En el complejo ejercicio de la política, abusar del carisma puede resultar contraproducente. El aura es caprichosa: abandona de pronto al caudillo y revierte su prestigio. Para evitar esos riesgos si llega a la Presidencia, Fox haría bien en dirigir su liderazgo hacia cauces institucionales. De no hacerlo, se precipitaría muy pronto en esa adulteración moral de la democracia que es la demagogia. Pero no todo dependería de él: Fox necesitaría también entablar una relación respetuosa, flexible y leal con el Legislativo que con toda probabilidad sería de oposición. ¿Apoyaría el PRI de oposición medidas económicas propuestas por un presidente panista del mismo corte que las que el PAN ha aprobado con Zedillo, o se aliaría incondicionalmente con el PRD? De darse una guerra sin cuartel del PAN contra el PRI y el PRD en el Congreso, los rasgos carismáticos de Fox se acentuarían por encima incluso de su partido. Con todo, aun en ese caso el nuevo contexto democrático pondría diques a la acción del caudillo.
Viejo o nuevo, el partido que postula a Francisco Labastida es el PRI, institución tradicional en el doble sentido "patrimonial y feudal" que describió Weber. En los 70 años de hegemonía ha habido presidentes con momentos carismáticos, pero se trató casi siempre de un elemento contributivo y a veces accesorio: hombres con carisma negativo como Díaz Ordaz o ayunos de carisma llegaban al poder porque contaban con una aceitada maquinaria corporativa que conquistaba, dirigía y cooptaba el voto público -o lo fabricaba o adulteraba- por anticipado. Una vez en la silla, el Presidente podía desplegar sus eventuales dotes carismáticas -López Portillo, Salinas- pero lo hacía para afianzar aún más el sistema y manipular con mayor libertad intereses, corrientes, pasiones, presupuestos. En el fondo, el sistema político mexicano operó una "rutinización del carisma": la imantación no residía en la persona del presidente en turno sino en su investidura, en sus símbolos -la banda, la silla- y en la institución presidencial misma. En este sentido al menos, el sistema modernizó al caudillismo decimonónico.
Paradójicamente, en su campaña Labastida habría necesitado un toque de caudillismo y lo requerirá mucho más si llega a la Presidencia. No será fácil que lo fabrique. El paso del tiempo y la comodidad del monopolio político terminaron por vaciar al sistema no sólo de carisma sino de un sentido claro de liderazgo: líder era el que controlaba y aportaba clientelas subordinadas, no el que conquistaba la plaza pública libre y abierta. En los últimos lustros, el PRI entró en un proceso de autofagia: devoró, marginó (o asesinó) a sus líderes. Y finalmente, el malogrado liderazgo de Salinas cerró el ciclo. Con todo, de triunfar el 2 de julio, la relación de Labastida con un Legislativo de oposición no parece tan difícil: la polaridad entre PAN y el PRD -nunca tan evidente como ahora- beneficiará siempre al PRI que se aliará con uno u otro de acuerdo con los asuntos y las circunstancias. Pero aun en ese caso, Labastida deberá buscar su liderazgo personal: sólo con él podría atraer o animar al amplio sector del México políticamente activo -moderno, educado, joven, urbano- que habrá votado en su contra y que no sin razones está convencido de que la prueba que falta al país -y al PRI- es la alternancia del poder.
En cuanto a tales, los dos arquetipos son en sí mismos anacrónicos. "La autoridad carismática -afirma Weber- en su forma pura, es por completo autoritaria". La tradicional, "cuya célula reproductora es la asociación doméstica" -léase, en nuestro caso, la familia revolucionaria- es ya insostenible en términos económicos, políticos e históricos. El país reclama la consolidación de un cambio hacia la tercera y moderna variante de la dominación: la democrática, sustentada en las leyes y la razón. Ambos candidatos dicen buscarla. ¿Qué arquetipo la obstaculiza menos? Al ciudadano no podrá ocultársele una evidencia: mientras la dominación carismática de Fox es probable pero conjetural -puede o no ocurrir en el futuro- su partido ha defendido la democracia desde su nacimiento; en cambio, la dominación tradicional del PRI es el hecho político central del siglo XX. Por eso cuando el PRI proclama la necesidad del cambio radical entra en una contradicción casi ontológica. Su fuerza no radica en combatirse a sí mismo o refundarse sino en subrayar su remota filiación liberal, su obra a partir de la Revolución Mexicana y lo que de ambas herencias valdría la pena conservar.
El votante debería normar su decisión de acuerdo con una multitud de factores subjetivos y objetivos. Los arquetipos son uno de ellos. Otros, no menos importantes, son las propuestas concretas de los candidatos, sus posibles equipos de trabajo, la historia de sus partidos y -punto importante- sus respectivas biografías: no lo que representan Labastida y Fox sino lo que en verdad son. Esa biografía del poder prospectiva será el tema de esta columna la semana entrante.
Reforma