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Ayudar y pedir ayuda

Tras los terremotos que sacudieron a la ciudad de México en septiembre del 1985, ocurrieron dos hechos aleccionadores, en un sentido distinto: la tardanza del gobierno en aceptar -no se diga pedir- ayuda internacional y la espontánea movilización de la sociedad civil ante el desastre. En las manos del gobierno actual y, en su caso, del Congreso, está evitar el primero. En la empresa privada -nacional y extranjera- que opera en México, depende emular al segundo.

Un torcido y anacrónico sentido del "orgullo nacional" retardó en 1985 el apoyo que ofrecían a México otros países y algunas agencias internacionales. Hubo incluso un comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores en este sentido. Aquel desplante de falsa autosuficiencia fue una desgracia: el apoyo que llegó tarde o no llegó pudo haber salvado miles de vidas.

Con alguna tardanza, la Cancillería ha anunciado la apertura de dos cuentas para los depósitos internacionales de "Ayuda Tabasco" (Wells Fargo Bank NA 599253401; BBV Bancomer USA 2280300127 para California, y ABA 1-2222-05-06 fuera de California). Está bien, pero no es suficiente: falta mayor cobertura en Estados Unidos y en Europa. Todos los recursos necesarios del Sector Público deben ponerse en juego para instrumentar una campaña inmediata de ayuda a Tabasco en los medios del extranjero. La información sobre el desastre no ha sido suficiente: hay demasiada competencia de desgracias y preocupaciones en el mundo de hoy. Una campaña masiva -coordinada con las agencias de ayuda internacional- debe abarcar televisión, radio, periódicos y sitios de Internet.

Por su propia naturaleza, la tragedia de 1985 provocó la muerte inmediata de miles -tal vez decenas de miles, nunca sabremos- de personas, y desplazó a otras tantas. El drama de Tabasco -aunque mucho menor en pérdida de vidas- es más grave en casi cualquier otro sentido: los damnificados son diez veces más que los de entonces, la peligrosidad está latente y puede crecer no sólo por la fuerza de la naturaleza (lluvia, frío) sino por las secuelas de hambre y enfermedades que pueden sobrevenir, los costos de desplazamiento, las pérdidas de bienes, etc... En 1985, el retraso de cada día significaba la muerte de cientos o quizá miles de personas, pero al cabo de una semana había poco que hacer, salvo la ardua tarea de relocalizar a los afectados en una ciudad que, por serlo, contaba al menos con espacios cercanos, privados y públicos, para acogerlos de manera provisional. En Tabasco -primera víctima mexicana del "calentamiento global"- el área afectada no es solamente una ciudad, Villahermosa, sino el 80% del estado (correspondiente a todos sus 17 municipios), y el proceso de relocalización en estados aledaños será mucho más difícil y penoso.

Las grandes empresas que operan en México, nacionales y extranjeras, se pronuncian a menudo sobre los grandes problemas del país y hacen público su deseo de que haya reformas modernizadoras. Todo eso está bien, pero su voz podrá tener mucha mayor autoridad si reaccionan pronto ante la tragedia de Tabasco y se organizan para proveer a la entidad de la ayuda que desesperadamente requiere. Según se ha informado, algunas lo están haciendo ya (ADO, Wal-Mart, Cemex, Coca Cola-Femsa, Telmex, entre otras), pero hasta ahora parecen casos aislados. Las Cámaras y Consejos empresariales que representan los intereses de las empresas nacionales y trasnacionales deben actuar con energía y rapidez. Aún más: deberían crear ya un órgano específico y permanente para coordinar la ayuda privada en caso de desastres.

Otro sector de la sociedad que debería despertar es el estudiantil, sobre todo en las universidades privadas. En 1985, los estudiantes salieron a las calles para "sacar gente" atrapada en los edificios, construir albergues, transportar comida y medicinas, etc... ¿Por qué ahora permanecen indiferentes a la tragedia? Porque se embrutecen de alcohol y frivolidad en los "Antros".

En nuestros países, los desastres naturales suelen ser presagios de convulsiones sociales que sobrevienen con un efecto retardado. Así ocurrió tras el terremoto de 1972 en Nicaragua. Azuzados por demagogos que capitalizan la tragedia, amplios sectores de la población asimilan esas calamidades como agravios infligidos por la elite rectora, agravios que reclaman venganza. Tabasco es una oportunidad de evitar ese desenlace.

Reforma

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04 noviembre 2007