La cosecha editorial del 2010

Todo cabe en la viña de la Historia: historias generales y particulares, cuantitativas y cualitativas, enciclopédicas, documentales y ensayísticas; tipográficas, ilustradas o mixtas; historias nacionales, regionales y microhistorias; obras de historia política, social, económica, cultural, de las ideas, las mentalidades, las costumbres, las creencias, los valores; monografías, novelas históricas y biografías. Valgan algunas reflexiones, deseos y prevenciones dirigidos a editores y lectores, para mejorar la próxima cosecha.

1. Divulgación histórica. La revista Proceso (con buen sentido comercial) se ha adelantado con fascículos informados e irreverentes. Nostra Ediciones acaba de lanzar una historia ilustrada de la Revolución Mexicana para niños, de muy buena factura. El proyecto América 2010 saca a la luz un ambicioso concepto interactivo que merece tener gran cobertura: Arma la historia. Varias editoriales comerciales deberían competir con historietas o cómics, y hasta alguna institución académica –reconociendo la importancia de difundir la historia– podría aventurarse por esa vía. Este auge de la divulgación histórica es, en sí mismo, un buen augurio: no basta hacer historia para los colegas, hay que escribir para el público. Lo cual no significa dar al público lo que pida sino allegarle una historia seria y accesible, rigurosa y clara, que contribuya a elevar el conocimiento, la crítica y el debate público.

2. Novedades, reediciones, facsímiles, clásicos. Las principales instituciones académicas del país tienen la gran oportunidad de hacer obras que aborden aspectos desconocidos y ofrezcan visiones frescas sobre nuestro pasado. Ojalá haya una buena coordinación entre estas facultades e institutos y las instancias oficiales (de los tres poderes, el D.F. y los estados) para publicar con fino sentido editorial (como se hizo en 1985) reediciones facsimilares de los clásicos de la historiografía mexicana así como de colecciones documentales imprescindibles (la Colección Genaro García, por ejemplo). Ahora estas colecciones podrían ponerse al alcance del público en disco compacto. Una prevención importante: la Comisión del Bicentenario está a tiempo de supervisar los proyectos editoriales de las diversas dependencias que concurren en ella, para evitar posibles duplicaciones con la oferta proveniente de la academia. No es tiempo de despilfarros.

3. Novela histórica. En México se han escrito novelas históricas que recrean con erudición, maestría y poesía una época, un episodio, una atmósfera y unos personajes. Pienso, desde luego, en Noticias del imperio, la extraordinaria novela de Fernando del Paso; también en la obra de Enrique Serna sobre Santa Anna, la de Rosa Beltrán sobre Guerrero o la reciente novela de C.M. Mayo: El último príncipe del Imperio Mexicano, sobre el nieto de Iturbide en la corte de Maximiliano. En este género, sin embargo, el lector debe estar prevenido contra “novelas en serie” de gran éxito comercial que proponen una visión maniquea, conspiratoria y sobre todo falsa del pasado.

4. Biografías. Aunque en México ha habido pocos biógrafos, una nueva generación puede dar buenas sorpresas. Bajo el sello Tusquets, por ejemplo, circula una serie de novedosas biografías. En este rubro, vale la pena hacer un par de señalamientos al lector. La historia y la biografía son géneros complementarios pero no idénticos. Sin biografía –es decir, sin tomar en cuenta el papel de los individuos– no hay historia; pero la historia es infinitamente más que biografía. Esta distinción no es tan obvia como a primera vista parece. Hay autores que reducen la vida colectiva a la vida individual, y hay autores que reducen la vida colectiva e individual a la mera anécdota. La historia no es una colección de efemérides. Tampoco la biografía. La historia es una narración coherente del pasado colectivo. La biografía es una narración coherente del pasado individual. Ambas dan sentido al pasado. La historia o la biografía puramente anecdóticas no son nocivas: son triviales. Otra observación tiene que ver con los temas. Además del poder y el saber (campos que me han interesado personalmente), hay otros ámbitos desatendidos: la empresa, la Iglesia, el ejército, el arte. Se solicitan biógrafos.

5. Crítica histórica. 2010 debe ser un gran año para la crítica histórica. Las revistas culturales y los suplementos deben ejercer una lectura inteligente y plural del alud que viene. Si se hace con rigor, la crítica puede ayudar a desmontar las exageraciones, invenciones, distorsiones y omisiones de nuestra historia. Criticar es distinguir. Los malos libros se distinguen –entre otras cosas– porque omiten las operaciones que toda obra histórica o biográfica (en mayor o menor grado, dependiendo de su propósito) está obligada a incluir: la recolección sistemática y el cotejo fidedigno de fuentes primarias o secundarias; el acercamiento empático al mundo interno de los procesos o personajes (llamado comprensión); la búsqueda de explicaciones posibles; y, no menos importantes, la arquitectura y el estilo literario. No se trata de exigir a la obra histórica innovación en todos esos aspectos, pero sí al menos en alguno de ellos. El lector atento debe hacerse preguntas como éstas: ¿son reales los hechos que recoge este libro? ¿Son verosímiles sus conjeturas? ¿Recobra contextos, conexiones, datos significativos en los que no haya yo reparado? ¿Me da una perspectiva psicológica original? ¿Está bien armado, bien escrito?

6. Historiar dos siglos. Las editoriales comerciales publicarán libros nuevos o ediciones corregidas, aumentadas, enriquecidas, ilustradas, sobre las dos fechas emblemáticas, 1810 y 1910: sus episodios, procesos, personajes, ideas. Está bien, pero necesitamos ampliar la lente. Hay que recobrar lo que Luis González llamó “la construcción de México”. Un ejemplo concreto: ¿alguien recuerda quiénes eran los médicos cuyos nombres aparecen en la colonia de los Doctores? Fueron constructores de México, igual que los doctores Chávez, Baz, Martínez Báez, Zubirán y muchos otros, lo fueron en el siglo XX. Más constructores que nuestros caudillos (expertos en el arte de destruir). Los gremios de médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, etc... podrían propiciar historias con ese enfoque. Pero quizá lo que más necesitamos es un renacimiento de la microhistoria. Serviría para mostrar que la verdadera hazaña ha sido la paciente, modesta, silenciosa construcción material y espiritual de México por parte de millones de personas, a lo largo de dos siglos.

Reforma

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