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Los gallos de Guanajuato

En un país democrático los debates públicos son asunto de todos los días y todos los medios. En Inglaterra, donde el hábito de discutir tiene siglos, los representantes de los partidos se insultan por televisión, chiflan, rechiflan, exclaman, pero siempre con el objeto de persuadir con argumentos al público. Y no sólo persuadir, sino dejarse persuadir. Cuando el contrincante aporta hechos incontrovertibles, palmarios, el recipiente de las críticas puede salvar la cara con mil subterfugios retóricos pero el público sabe, calibra y emite su resultado. Es un juego abierto, un eco del ágora ateniense.

Una de las muchas pruebas del atraso de nuestro país en cuanto a democracia es la pobreza, y casi la inexistencia, del debate público. Por largos decenios sólo se oyó una voz: la del triunfalismo del PRI. Desde 1968, y más claramente a partir de 1982, las voces disidentes se escuchan cada vez más, pero solas, sin el reactivo del debate con las voces del sistema. Fuera de la Cámara de Diputados (donde el debate es permanente pero lastimosamente pobre en ideas) las oposiciones y el sistema practican el monólogo.

El Norte tuvo el gran acierto de convocar a los tres candidatos para la gubernatura de Nuevo León a un debate que fue fructífero y que sin duda ayudó al elector a perfilar sus preferencias. En San Luis Potosí se ha hablado mucho de un posible debate entre Nava y Zapata que no se ha concretado y, por lo visto, no se concretará. (¿Demasiado pasado a cuestas?). En Guanajuato, tierra de buenos gallos, el trío de candidatos auguró, desde el principio, la posibilidad de un debate de polendas. Esta vez el acierto de promoverlo correspondió, como se sabe, al programa "Monitor'' de Radio Red.

De pronto, ante el atónito público de la radio, Ramón Aguirre, Porfirio Muñoz Ledo y Vicente Fox intercambian ideas, opiniones y algunos improperios. No interesa que el debate haya descendido por momentos a niveles ad hominem. Lo importante es que el público pudiera tener la sensación inusitada de la plena libertad política. De allí el éxito, también inusitado, del programa.

En lo personal, el debate tripartita me interesó por varias razones, sobre todo una: los tres candidatos encarnan el espíritu de sus respectivos partidos en su situación actual. Ramón Aguirre representa al PRI de los años 80: un político ni joven ni viejo, ligado a la tecnocracia, sin gran trayectoria en el partido, amigo del ex-Presidente y del Presidente. Porfirio Muñoz Ledo es nada menos que el ideólogo principal del PRD. Vicente Fox es un ejemplo típico del neopanismo que ya había despuntado con la candidatura de Barrio en 1986 en Chihuahua.

De la actitud de cada uno en el programa esperaba yo extraer una impresión clara de lo que cada partido ofrece, en este momento, al electorado de Guanajuato. No me equivoqué. Fox representa la indignación moral de un hombre independiente que se ha cansado de soportar un sistema autoritario, paternalista, envejecido, mentiroso, corrupto, chapucero, ineficaz, etc... Su intervención podía haber recurrido a estos y otros mil adjetivos, pero se caracterizó por el aplomo y la concreción. No dio muchas cifras, pero las que dio son impresionantes: malos manejos en las obras públicas del estado por decenas de miles de millones de pesos y ni un solo quinto para la alcaldía de León, en manos del PAN.

Las palabras honestidad, seriedad, buen gobierno no sonaban huecas en la voz de este empresario que no se avergüenza de ser empresario sino que, por el contrario, considera útil y positiva su experiencia práctica como escuela de gobierno. Me pareció impropia su referencia al Colegio Jesuita en que se educó (esa formación no es garantía de vocación democrática) y lamenté el remate declamatorio a su intervención, exordio más propio de una plaza que de un debate. (Porfirio Muñoz Ledo, con razón, se lo señaló). Con todo, su exposición, sus razones y su tono eran realmente modernos: sin disimulo, sin doblez, sin demagogia, sin contaminación ideológica. El empresario Francisco I. Madero no proponía, en 1910, un programa distinto: capacidad técnica, respeto a las libertades y la ley, moralidad plena en la administración.

A Ramón Aguirre, que no canta mal las rancheras, Dios no lo llamó por la senda de la dialéctica, pero su intervención fue moderada. Cualquier priísta de la vieja guardia hubiera despreciado e insultado a sus rivales. El ex-regente conservó la parsimonia, aun frente a las andanadas francamente provocadoras del zorro Muñoz Ledo. El problema de su intervención fue la autosuficiencia: Somos el único partido capaz de... Sólo en nosotros halla el pueblo... Tenemos la fuerza... Con mesura, con cierta discreción, el suyo fue un discurso, no una discusión, desde el poder para el poder sobre el poder. Los chistes le salieron mal. Si los ciudadanos no son botellas (referencia de Aguirre al pasado cocacolero de Fox), tampoco son ganado (referencia que les faltó a Fox y Muñoz Ledo sobre los procedimientos de movilización del PRI). Lo más grave, sin embargo, fue la abstracción de sus palabras, una vaguedad que no se disipa con el uso repetido de la palabra "concreto''. Aunque no es un dinosaurio ni nada que se le parezca, el tono de Aguirre es arcaico, así hable de modernidad. Sesenta y dos años de priísmo lo contemplan. En su caso, como en el de México todo, la modernidad económica sin modernidad política es una contradicción, no abstracta: concreta.

Porfirio Muñoz Ledo se cuece aparte. Desde su nombre de pila, Dios parecía guiarlo por una senda de gloria. Hacia ella transitó durante sus largos años en el PRI hasta que el PRI lo arrojó de su seno. Fuera del PRI, enemigo del PRI, ha querido, como Cuauhtémoc, quedarse con el PRI.

La prueba de que representa al fundamentalismo priísta está en su interpelación a Fox. Lo acusó, casi, de ser empresario y de ser "factor'' en la pobreza de Guanajuato. Según Muñoz Ledo el programa de "Fox es el horror de reprivatizar el ejido", lo cual, en la fina dialéctica de Muñoz Ledo, equivale a regresar al régimen del peonaje y las haciendas. Fox, menos hábil, menos vivo, dejó ir la oportunidad de demostrar el fácil sofisma. Debió explicar el fracaso histórico del ejido. En otro momento, Muñoz Ledo habló contra la "democracia sin adjetivos'' y dijo que su partido representaba la democracia con justicia social. ¿Dónde hemos oído los mexicanos este discurso? En el PRI, por 60 años. El programa de Muñoz Ledo ya estuvo en el poder y fracasó: fue el programa populista de Luis Echeverría. En donde sí brilló Muñoz Ledo fue en su crítica al PRI, no por nada fue su presidente. El auditorio se llevó una idea clara de las formas en que el gobierno carga los dados a favor de su partido siamés: desvío de recursos, voto corporativo, amedrentamiento, desayunos estratégicos, regalos, retraso de credenciales, adulteración del sufragio y un largo y detallado etcétera. El pueblo, dijo Muñoz Ledo, "está harto del PRI''. Parecería que las inmensas concentraciones populares de apoyo al régimen lo desmienten. A mi juicio, lo confirman: el régimen trata a los mexicanos más pobres como capital político.

El debate no tuvo la altura del ágora griega, no logró que sus participantes dialogaran realmente con el propósito democrático de persuadir y dejarse persuadir, pero fue una bocanada de libertad política en el aire enrarecido y contaminado de la Ciudad de México, donde hace más falta el oxígeno de la verdad que el otro. ¿Cuál de los gallos ganará la pelea? Cierren las puertas, señores, pero voten con los ojos abiertos.

El Norte

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