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Problemas y no-problemas

"Cuenta tus bendiciones", reza un buen adagio inglés que la sabiduría popular receta a los enfermos, a los dolidos, a los atribulados. La receta funciona. En la vida personal igual que en la nacional, siempre ayuda hacer el balance vital y moral de lo que se tiene frente a lo que se carece, sobre todo en estas fechas, sobre todo en éste umbral.

En México tenemos muchos problemas pero también muchos y muy importantes no-problemas. Uno de ellos es el étnico. Se ha dicho que nuestro país es racista. Que le pregunten a un judío sobreviviente del nazismo, a los huérfanos y viudas de Bosnia, a los negros que marcharon hace unas semanas hasta el Capitolio en Washington, qué es el racismo. "Asco físico" llamaba Emilio Rabasa a ese prejuicio de las entrañas que el conocía muy bien, no por sentirlo sino por verlo encarnado en el estado de Chiapas donde nació y del que fue gobernador. La antigua zona maya es la excepción principal (no la única) que confirma una regla de la historia mexicana: el mestizaje fue una bendición.

Otro no-problema es la religión. La Cristiada no fue una guerra civil religiosa entre medio México secular y medio México católico. Fue un gigantesco error histórico infringido por el fanatismo racional de un presidente (extraordinario, por otros conceptos) sobre las dos mitades de un pueblo al cual los propios frailes del siglo XVI consideraban "religiosísimo". Los episodios de intolerancia que se han suscitado en el siglo XX - a costa de una minoría protestante, sobre todo - han sido excepcionales. A la Virgen le rezaban los liberales y los conservadores en la Guerra de Reforma. La piadosa, humilde, esperanzada religiosidad que los franciscanos plantaron en el alma popular combinada con las libertades que plasmaron en la Constitución de 1857 los hombres de la Reforma, son dos de las mayores bendiciones morales de México.

Un tercer no-problema es la nacionalidad. En México no hay zonas irredentas, grupos equivalentes a los vascos, irlandeses, palestinos, chechenios. El norte y el sur son entidades distintas bajo muchos aspectos, pero no hay en el horizonte un escenario de división como el italiano, menos aún de secesión, como el que desgarró a los Estados Unidos el siglo pasado. La bandera mexicana ha presidido siempre las pláticas en Chiapas. Ningún mexicano blasfema contra México. La mexicanidad es, casi, un valor religioso: otra bendición.

Un no-problema que envidiarían los rusos, los cubanos y, en general, todos los países que perdieron el siglo sujetos al falso dios del comunismo, es la persistencia del mercado. Recrear de la nada la costumbre milenaria del mercado en esas sociedades donde la mentalidad becaria y servil ha calado hasta la médula histórica, está resultando una labor más difícil de lo que se pensaba. El estatismo mexicano hizo destrozos y prohijó indolencias, pero no abolió el mercado nacional y, menos aún, el parroquial, que por muchos conceptos es una permanente bendición de México.

México necesita reactivar su economía, resolver en unos meses su transición a la democracia, instrumentar una reforma integral del sistema de justicia en todos sus niveles, poner algún orden en la selva de sus ciudades, controlar de una buena vez su crecimiento demográfico y, sobre todo, recobrar la fe en sí mismo, en su horizonte histórico. Estos son algunos de nuestros problemas. Su solución depende, en gran medida, de las élites rectoras del país. En el otro extremo de la balanza, como una fuente secreta y cotidiana de fortaleza que anida en el pueblo, gravitan nuestros no-problemas: bendiciones del pasado para encarar el futuro.

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