“Es un personaje extraído de la literatura rusa”. Me ha llevado tiempo confirmar la definición de Julio Scherer que me hizo alguna vez, por teléfono y de pasada, Octavio Paz.
El algún jardín de Taxco, verano de 1967, Isabel, Escalante, Novelo y yo divagamos sobre el lenguaje del mexicano. Novelo abre El laberinto de la soledad.
Biografiar a un autobiógrafo es una operación compleja. Biografiar a un autobiógrafo obsesivo y múltiple —plástico, literario, fotográfico, periodístico— es aún más difícil.
Hay hombres en cuya obra encarna la cultura de un país. Son como mineros del alma nacional. Les es dada la gracia de cavar en las vetas colectivas hasta dar con los estratos más profundos.
En algún sitio de su obra monumental, Menéndez Pelayo describe un concurso de palo encebado o cucaña entre representantes de diversas naciones europeas.
Una niña hace castillos de arena en la playa de su lugar natal, la Isla de Wright, situada al sur de la isla madre: Inglaterra. Lleva puesto un sombrero de tela floreada, inmenso y algo cómico, y sonríe feliz ante la cámara.