Los edificios de Teodoro son como islas de solidez y serenidad en el naufragio de la ciudad, enclaves perfectamente funcionales de tradición y modernidad. Hay en su obra una incesante voluntad de renovarse, de hallar un lenguaje propio, personal.
He evocado alguna vez a mis maestros de Ingeniería e Historia. Ahora quisiera recordar a ciertos maestros inolvidables de primaria, secundaria y preparatoria.
Propongo al lector un ejercicio contra el prejuicio racial o nacional: haga la cuenta de las personas de distintos orígenes (nacidas fuera o con ancestros extranjeros) que han marcado su vida para bien.
No recuerdo cuándo descubrí The New York Review of Books. Debe haber sido hace cuarenta años. Me suscribí instantáneamente y he seguido siendo su fiel lector hasta hoy.
En vez de actuar como Job y denostar al Dios, en el que profundamente cree, Sicilia asumió una misión ejemplar: dar voz a los muertos, consolar a los deudos.
Hasta el más distraído visitante del centro histórico de Bogotá puede advertir, en las zonas aledañas a la catedral y a los nobles edificios neoclásicos, la profusión de dos tipos de expendios.
Desde que tengo memoria lo recuerdo hablar de sus propuestas ciudadanas. Pensaba en círculos concéntricos, de dentro hacia fuera: cómo mejorar su cuadra, su junta vecinal, su delegación, su distrito electoral, su ciudad, su país.