Propongo al lector un ejercicio contra el prejuicio racial o nacional: haga la cuenta de las personas de distintos orígenes (nacidas fuera o con ancestros extranjeros) que han marcado su vida para bien.
No recuerdo cuándo descubrí The New York Review of Books. Debe haber sido hace cuarenta años. Me suscribí instantáneamente y he seguido siendo su fiel lector hasta hoy.
En vez de actuar como Job y denostar al Dios, en el que profundamente cree, Sicilia asumió una misión ejemplar: dar voz a los muertos, consolar a los deudos.
Hasta el más distraído visitante del centro histórico de Bogotá puede advertir, en las zonas aledañas a la catedral y a los nobles edificios neoclásicos, la profusión de dos tipos de expendios.
Desde que tengo memoria lo recuerdo hablar de sus propuestas ciudadanas. Pensaba en círculos concéntricos, de dentro hacia fuera: cómo mejorar su cuadra, su junta vecinal, su delegación, su distrito electoral, su ciudad, su país.
La historia de México es una hazaña que podemos celebrar con legítimo orgullo, porque no desmerece ante las más dramáticas epopeyas de la Antigüedad y porque posee una característica única.
A diez años de distancia creo que el ensayo "Por una democracia sin adjetivos" sigue vigente en sus propuestas principales, falló un tanto en su lectura de las circunstancias y contiene errores de apreciación histórica y política que conviene señalar.