Los norteamericanos son rápidos para reaccionar pero malos para prevenir. Una vez que el problema les explota en las manos ponen su mayor empeño (y su dinero, y su sueño) en corregirlo, a veces demasiado tarde. La administración de Bush falló en prever la seriedad tras las amenazas de Saddam Hussein o el destino de los kurdos. En ambos casos, el costo de la corrección ha sido enorme: una guerra -victoriosa, pero guerra al fin- en el primero, una vergüenza moral en el segundo.